domingo, 20 de enero de 2008

El amor de Gunga

Durante muchísimos años de mi vida, he tenido un perro junto a mí. Los años sin perro se mezclan con departamentos pequeños o, mucho más atrás en el tiempo, con una época en la que mis viejos aún no sentían ninguna culpa. Porque, cuando la sintieron, lo primero que hicieron fue llevarme hasta Quilmes en el auto y darme la inmensa alegría de poder elegir entre tres cachorros de policía devaluados. Y allí la elegí a Gunga, a la que amé intensamente.
Pero tuvieron que pasar muchos años hasta saber que un perro elige también a su amor, y Gunga no me había elegido a mí, sino a mi viejo. Por algo habrá sido. Y tal vez ésta sea la razón: en su infancia, mi viejo había tenido una perra llamada también Gunga (él fue el que propuso el nombre, como verán, a la nueva mascota), y quién les dice que nuestra Gunguita no era la reencarnación de aquella que, agradecida porque mi viejo la había ubicado feliz y nuevamente en la Tierra, lo eligió como el ser al que se debía esperar detrás de la puerta de entrada cada tardecita.
No había caso con Gunga y conmigo. Yo la amaba, pero ella miraba hacia otro lado. Hoy estarán juntos. Gunga no se habrá cansado nunca de esperar a mi viejo detrás de las puertas del cielo, durante muchos años.